domingo, 17 de diciembre de 2017

LA GENERACIÓN DEL 27... (Tomado de: elpais.com)

La generación del 27 cumple 90 años
La icónica imagen que supuso el acta fundacional del grupo se tomó durante un homenaje a Góngora en Sevilla

Celebración del tricentenario de Góngora organizada por el Ateneo de Sevilla en diciembre de 1927. De izquierda a derecha: 1. Rafael Alberti; 2. Federico García Lorca; 3. Juan Chabás; 4. Mauricio Bacarisse; 5. José María Platero (presidente de la sección de literatura del Ateneo); 6. Manuel Blasco Garzón (presidente del Ateneo de Sevilla); 7. Jorge Guillén; 8. José Bergamín; 9. Dámaso Alonso, y 10. Gerardo Diego.
La imagen que acompaña estas líneas es probablemente la más famosa de la generación del 27. Tomada durante unas jornadas poéticas celebradas en Sevilla hace exactamente 90 años en honor de Luis de Góngora, se considera algo así como el acta fundacional del grupo. Es, sin embargo, una imagen más bien sosa, tristona, que no hace honor a tres días que fueron, en sí mismos, pura literatura; por sus protagonistas y sus nuevas ideas artísticas, pero también por las ausencias —sobre todo la de Pedro Salinas—, por unas juergas que pasaron por sanatorios mentales y peligrosos viajes en barco, y unos recuerdos tal vez magnificados y muchas veces contradictorios que colocan aquel viaje en el territorio de la leyenda, como dejó escrito 50 años después Jorge Guillén en el poema Los amigos.
La amistad es, precisamente, el elemento aglutinador más repetido al hablar de un colectivo de lo más heterogéneo, en sus edades y sus poéticas. Pero aquel año de 1927, en torno al homenaje a Góngora en el tercer centenario de su muerte, fueron “más grupo o generación que nunca”, escribe el catedrático Francisco Javier Díez de Revenga.
Así, el 15 de diciembre, Dámaso AlonsoJosé BergamínGerardo DiegoJorge Guillén, Juan Chabás, Federico García Lorca y Rafael Alberti cogieron el tren diurno hacia Sevilla con la firme intención de defender, en dos jornadas organizadas por el Ateneo hispalense, el legado gongorino y, de paso, la “nueva literatura” que ellos representaban. “Terminaron por hablar de sí mismos y por decir sus poemas y los de los jóvenes poetas de Sevilla que los recibieron: Cernuda y los agrupados en torno a la revista Mediodía”, escribe el profesor de la Universidad de Granada Andrés Soria Olmedo. Las dos veladas poéticas se celebraron los días 16 y 17 en el salón de actos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País —el Ateneo estaba ocupado por los donativos para la fiesta de Reyes—.
Su impacto fue relativo y, mientras Alberti lo recordó después como un “éxito inusitado”, Alonso hablaba con pesar de auditorios de “40 o 50 personas”, mientras que al banquete organizado como despedida el día 18, fueron "¡oh sorpresa! [...] ¡400 comensales!". En todo caso, su reflejo en la prensa —tres medios publicaron la famosa imagen tomada la noche del 16 al 17— fue mucho mayor que el de los actos gongorinos organizados meses antes en Madrid.
Pero en el recuerdo mitológico de aquellos días tuvo mucho que ver la parte lúdica, unas parrandas subvencionadas por el torero-escritor que fascinó a los poetas y tuvo el primer impulso de organizar el encuentro literario: Ignacio Sánchez Mejías. Así, la primera noche, la del 15, acabó ya de día tras una velada que incluyó el consumo de grandes cantidades de manzanilla, disfraces morunos, sesiones de hipnotismo aficionado, heroicos recitados de memoria de los 1.091 versos de la Primera Soledad de Góngora, escenas de teatro improvisadas, visitas “a algunos locos” de un manicomio cercano y un concierto del cantaor El Niño de Jerez, con el Niño de Huelva a la guitarra, según el repaso que hace el profesor Manuel Bernal Romero en varios trabajos.

La segunda noche, tras su paso por algún café del barrio de Triana, quedó para siempre fijado en la memoria de sus protagonistas cuando Lorca se empeñó en cruzar en barco un Guadalquivir desbordado y bravío por las lluvias. Alonso lo recordó así en 1965: “Aún traíamos las risas de tierra, pero se nos fueron rebajando, como con frío. Y hacia la mitad de la corriente sonaban a falso, a triste. Único entre todos, Federico no disimulaba su miedo. […] Imagen de la vida: casi el núcleo central de una generación, atravesaba el río. La embarcación era un símbolo: representaba los vínculos y contactos personales que ligan a los miembros de un grupo en conjunta florescencia: la amistad, el compañerismo, los compartidos sentimientos, los mutuos influjos...”.

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