La generación del 27 cumple 90 años
La icónica imagen que
supuso el acta fundacional del grupo se tomó durante un homenaje a Góngora en
Sevilla
Madrid 16 DIC 2017
- 20:06 CET
Celebración
del tricentenario de Góngora organizada por el Ateneo de Sevilla en diciembre
de 1927. De izquierda a derecha: 1. Rafael Alberti; 2. Federico García Lorca;
3. Juan Chabás; 4. Mauricio Bacarisse; 5. José María Platero (presidente de la
sección de literatura del Ateneo); 6. Manuel Blasco Garzón (presidente del
Ateneo de Sevilla); 7. Jorge Guillén; 8. José Bergamín; 9. Dámaso Alonso, y 10.
Gerardo Diego.
La imagen que acompaña estas líneas es probablemente la más famosa de
la generación
del 27. Tomada durante unas jornadas poéticas
celebradas en Sevilla hace exactamente 90 años en honor de Luis de
Góngora, se considera algo así como el acta
fundacional del grupo. Es, sin embargo, una imagen más bien sosa, tristona, que
no hace honor a tres días que fueron, en sí mismos, pura literatura; por sus
protagonistas y sus nuevas ideas artísticas, pero también por las ausencias
—sobre todo la de Pedro
Salinas—, por unas juergas que pasaron por
sanatorios mentales y peligrosos viajes en barco, y unos recuerdos tal vez
magnificados y muchas veces contradictorios que colocan aquel viaje en el
territorio de la leyenda, como dejó escrito 50 años después Jorge Guillén en el
poema Los amigos.
La amistad es, precisamente, el elemento
aglutinador más repetido al hablar de un colectivo de lo más heterogéneo, en
sus edades y sus poéticas. Pero aquel año de 1927, en torno al homenaje a
Góngora en el tercer centenario de su muerte, fueron “más grupo o generación
que nunca”, escribe el catedrático Francisco Javier
Díez de Revenga.
Así, el 15 de diciembre, Dámaso
Alonso, José
Bergamín, Gerardo
Diego, Jorge
Guillén, Juan Chabás, Federico
García Lorca y Rafael
Alberti cogieron el tren diurno hacia
Sevilla con la firme intención de defender, en dos jornadas organizadas por el
Ateneo hispalense, el legado gongorino y, de paso, la “nueva literatura” que ellos
representaban. “Terminaron por hablar de sí mismos y por decir sus poemas y los
de los jóvenes poetas de Sevilla que los recibieron: Cernuda y los agrupados en
torno a la revista Mediodía”, escribe el
profesor de la Universidad de Granada Andrés Soria Olmedo. Las dos veladas poéticas se celebraron los días 16 y 17 en el salón de
actos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País —el Ateneo estaba
ocupado por los donativos para la fiesta de Reyes—.
Su impacto fue relativo y, mientras Alberti lo recordó después como un
“éxito inusitado”, Alonso hablaba con pesar de auditorios de “40 o 50
personas”, mientras que al banquete organizado como despedida el día 18, fueron
"¡oh sorpresa! [...] ¡400 comensales!". En todo caso, su reflejo en
la prensa —tres medios publicaron la famosa imagen tomada la noche del 16
al 17— fue mucho mayor que el de los actos gongorinos organizados meses antes
en Madrid.
Pero en el recuerdo mitológico de aquellos días tuvo mucho que ver la parte
lúdica, unas parrandas subvencionadas por el torero-escritor que fascinó a los
poetas y tuvo el primer impulso de organizar el encuentro literario: Ignacio
Sánchez Mejías. Así, la primera noche, la del 15,
acabó ya de día tras una velada que incluyó el consumo de grandes cantidades de
manzanilla, disfraces morunos, sesiones de hipnotismo aficionado, heroicos recitados
de memoria de los 1.091 versos de la Primera Soledad de Góngora, escenas de
teatro improvisadas, visitas “a algunos locos” de un manicomio cercano y un
concierto del cantaor El Niño de Jerez, con el Niño de Huelva a la guitarra,
según el repaso que hace el profesor Manuel Bernal Romero en varios trabajos.
La segunda noche, tras su paso por algún café del barrio de Triana, quedó
para siempre fijado en la memoria de sus protagonistas cuando Lorca se empeñó
en cruzar en barco un Guadalquivir desbordado y bravío por las lluvias. Alonso
lo recordó así en 1965: “Aún traíamos las risas de tierra, pero se nos fueron
rebajando, como con frío. Y hacia la mitad de la corriente sonaban a falso, a
triste. Único entre todos, Federico no disimulaba su miedo. […] Imagen de la
vida: casi el núcleo central de una generación, atravesaba el río. La
embarcación era un símbolo: representaba los vínculos y contactos personales
que ligan a los miembros de un grupo en conjunta florescencia: la amistad, el
compañerismo, los compartidos sentimientos, los mutuos influjos...”.
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